EL PROYECTO (Route1963)

100 HITOS KILOMÉTRICOS A ESCALA 1:10 DEL MODELO PLAN PEÑA DE 1939
Abril 2012 - Diciembre 2015

Modelados en barro y pintados a mano. 100 piezas artesanales únicas, exclusivas e irrepetibles.

Colección de Route1963.


 1  LOS DIFÍCILES COMIENZOS

Cuando a principios del mes de abril de 2012 se me antojó la idea de tratar de modelar en barro o arcilla un hito kilométrico a escala de los denominados del «Plan Peña» de 1939, que estuvieron vigentes en las carreteras españolas durante más de medio siglo, aún no era consciente de hasta dónde podía llevarme este capricho. Porque desde luego se trataba de un capricho, de un antojo, de un simple divertimento seguramente pasajero y efímero. Contando con que se presentasen las condiciones más favorables para llevar a cabo mi antojo, sólo tenía previsto modelar un hito a escala, no importaba cuál, y quedármelo de recuerdo, siempre y cuando la manufactura artesanal resultante no fuese demasiado deplorable. Y cabía el riesgo de que lo fuese, puesto que mis conocimientos y habilidades artesanales en disciplinas como la alfarería o la cerámica eran completamente nulos. Esto ya constituía un mal principio porque, además, mi intención no era someterme a ningún tipo de aprendizaje en la materia, seguramente largo y costoso, sino ponerme a trabajar de inmediato con el barro o la arcilla y obtener algún resultado visible, y cuanto antes, mejor. La más mínima demora en la ejecución de mi capricho podía suponer el abandono inmediato del mismo. Tenía que ser en aquel preciso momento o ya no sería nunca.



Quizá una de las pocas cosas que conocía de tan interesante materia artística es que los objetos de barro o de arcilla se cocían en hornos eléctricos especiales a temperaturas altísimas una vez modelados para lograr su consistencia y fraguado definitivos. Y por supuesto en ningún caso iba a adquirir uno de estos hornos profesionales de elevado precio sólo por dar satisfacción a mi capricho. Pero descubrí casi casualmente que existían unas masas de modelar (una mezcla de barros y arcillas seleccionadas y tratadas industrialmente) que no necesitaban cocción, pues secaban a la intemperie y adquirían una dureza y consistencia similar a la de las masas posteriormente horneadas. Se trataba de un producto sencillo, para aficionados, utilizado incluso habitualmente por niños en sus aplicaciones escolares. Había muchas marcas, tipos y calidades de estas masas de secado rápido, pero en esencia, y es lo que a mí me interesaba, es que ninguna de ellas precisaba de horno y además tenían un precio muy asequible. Por lo demás, podían moldearse a conveniencia y una vez secas y endurecidas admitían sin problemas la pintura.

Pero, ¿qué tipo de pintura? Y además, ¿qué clase de utensilios para modelar esta masa? Al dependiente de la tienda de materiales de bellas artes que me atendía se le escapó una mueca de estupor cuando le expliqué que quería modelar un hito kilométrico a escala, pero que no tenía la menor experiencia en el tema. Su estupor provenía no de mi ignorancia en el asunto, sino de la suya propia, porque seguramente no alcanzaba a comprender en aquel momento qué diablos era eso de un hito kilométrico y sobre todo cómo podría modelarlo un neófito como yo. Los clientes habituales de la tienda sabían a lo que iban y pintaban al óleo o a la acuarela, tallaban maderas, hacían enmarcaciones de cuadros o espejos, labraban latón y otros metales o modelaban en arcilla figuras o piezas cerámicas como botijos, jarrones o ánforas. Pero que un tipo desconocido como yo entrase por primera vez en aquel establecimiento pidiendo ayuda para modelar un mojón kilométrico rompía por completo los esquemas del dependiente.



Aun así, haciendo gala de gran profesionalidad, consiguió surtirme de un par de kilos de masa de modelar sin cocción, pinceles y espátulas de madera de diferentes formas y tamaños, y varios botes de pintura acrílica, porque al parecer era la pintura acrílica la que se empleaba para pintar la masa de modelar una vez seca.

Una vez en casa con estos materiales, me sentí muy optimismta y dispuesto a la tarea, con ese optimismo y buena disposición tan propios de los ignorantes que creen que casi todo es demasiado fácil, aunque no se dispongan de los conocimientos ni de las habilidades necesarias para cada tarea concreta. Por lo menos no era tan ignorante como para no saber de antemano que debía establecer una escala con la que trabajar mi hito kilométrico, y conseguí la información necesaria en el blog «Carreteras históricas», en donde encontré una importante ilustración con todas las medidas y tipos de hitos del denominado «Plan Peña» de 1939, del que más adelante me ocuparé con mayor detalle.



No deseaba una réplica ni demasiado grande ni demasiado pequeña, de modo que estudiando las medidas determiné como idónea una escala 1:10, aunque desconocía que el barro al secarse perdía cierto tamaño y volumen y por lo tanto la escala acabaría resultando ligeramente disminuida. También desconocía, y esto era aún peor, que el barro, aun siendo muy moldeable en su estado húmedo, era también muy caprichoso y no se dejaba domar fácilmente por la mano del hombre, de tal suerte que solía deformarse o adquirir formas y volúmenes caprichosos durante el secado si no era comprimido adecuadamente con moldes, plantillas u otros elementos de presión y sujeción adecuados. Dicho de otro modo, no bastaba con darle manualmente la forma deseada —cosa por otra parte muy difícil tratándose de una pieza con formas geométricas muy definidas— y esperar que durante el secado mantuviese esa forma. En cuanto el artesano apartaba sus manos de la masa, ésta tendía inevitablemente a deformarse y a desbaratarse hasta convertirse en algunos casos en un objeto de morfología completamente diferente a la pretendida. No, no iba a resultar tan sencillo modelar a escala un hito kilométrico, y la construcción de moldes o plantillas adecuadas ya de por sí resultaba también tan compleja como la propia ejecución manual del hito. Un molde rudimentario que me fabriqué en un principio no hizo que los resultados mejorasen en absoluto, y estuve a punto de abandonar para siempre este proyecto.



Los primeros intentos dieron como resultado unas piezas grotescas, caprichosas y amorfas (aristas redondeadas, geometría campanuda...) que en poco o en nada se asemejaban al hito que pretendía replicar. No obstante, con estas piezas desechables de carácter experimental podía empezar las pruebas de pintura y rotulación para sacar conclusiones aplicables al modelo que tal vez —o tal vez no— conseguiría alguna vez si perseveraba en mis esfuerzos. Pero las primeras pruebas de pintura no hicieron sino empeorar la situación hasta llevarme a la frustración absoluta. El fracaso estaba cantado. Sin embargo, por alguna extraña razón no me rendí enseguida.



En otras ocasiones y con otros proyectos de distinta naturaleza, incluso con mejores expectativas iniciales, había abandonado mucho antes. En la sección de modelismo del foro de Camiones clásicos, en donde subí las imágenes de mis primeros fiascos e informé de mis propósitos, me asesoraron y alentaron en todo momento, animándome a continuar sin rendirme. Tal vez si no hubiera sido por ellos jamás lo habría conseguido, pero a pesar de sus ideas y sugerencias, mi torpeza e incapacidad artesanal eran tan manifiestas que no podía llevar a cabo la mayor parte de los procedimientos que ellos me proponían basándose en su propia experiencia en el modelismo a escala. Y entonces entré en un círculo vicioso y absurdo del que era incapaz de huir. Por ejemplo, no podía modelar el hito porque no podía construirme un molde, y no podía construirme un molde porque no tenía modelado el hito a partir del cual fabricar el molde.

Descartada, pues, la utilización de un molde, opté por fabricarme unas plantillas de plástico rígido obtenidas de los estuches de viejos videos VHS. Bastaban cuatro plantillas, una para la base triangular de la pieza y otras tres para cada una de sus caras. El remate superior semiesférico, en cualquier caso, era tarea estrictamente manual que no ofrecía tantas dificultades como el modelado recto de vértices y aristas (o eso creía yo). Con este procedimiento, muy similar al utilizado en la construcción por los encofradores, obtuve por fin algo remotamente aproximado a lo que pretendía. O mejor dicho, remotamente aproximado a la realidad replicada. Pero en todo caso ya era mucho, dadas las dificultades y mi inexperiencia.





Los resultados con la pintura sí habían alcanzado un nivel aceptable (a falta de la rotulación de los caracteres, aspecto mucho más delicado), pero los hitos seguían siendo toscos, irregulares y escasamente atractivos y verosímiles. Pero ya no había marcha atrás posible, y era llegado el momento de finalizar mi primer y único hito kilométrico a escala. Una vez terminado lo colocaría en una estantería y me olvidaría de él seguramente para siempre. Incluso no había que descartar que a la vuelta de unos meses lo contemplase horrorizado y lo tirase a la basura.

Unos meses antes había fotografiado el hito real del km 163 de la primitiva N-III en Valverde de Júcar (Cuenca), en una de las muchas excursiones que hicimos en la época como trabajo de campo para un video documental sobre esta carretera histórica que todavía tenemos pendiente de realizar. Decidí que este iba a ser el hito replicado a escala, un poco por azar, otro poco por nostalgia, y otro tanto porque al menos aún se conservaba y parecía interesante dejar testimonio en miniatura de su existencia.



 


A diferencia de los hitos reales, que llevaban los caracteres rotulados sólo por las dos caras visibles desde la carretera (aunque existe algún ejemplar con las tres caras rotuladas), en la que iba a ser mi primera y única réplica rotulé los caracteres en sus tres caras, en un alarde de laboriosidad innecesario. Finalmente, como iremos viendo con más detalle a lo largo de este reportaje, no sólo no acabó en la basura este primer hito de mi artesanía particular, sino que posteriormente sería reformado (incorporación de base o plataforma y repintado de caracteres) e inauguraría una extensa colección que acaba de alcanzar ahora, casi cuatro años después, los 100 ejemplares únicos, exclusivos e irrepetibles. Y lo que es todavía más interesante: la mayor parte de estos ejemplares están en manos de decenas de personas de toda España a las que ni siquiera conozco ni llegaré a conocer jamás.


 2  LOS HITOS DEL «PLAN PEÑA» DE 1939

Los que tenemos ya alguna edad recordamos haberlos visto toda la vida a lo largo y ancho de la geografía española como elementos inherentes al propio paisaje de nuestras carreteras, ya fueran nacionales, comarcales o locales. Se trata de los típicos mojones, o hitos kilométricos, esos bloques de granito o de hormigón, según las zonas y las épocas, con forma de prisma de tres caras rematados en cúpula semiesférica y pintados sobre una base blanca en colores rojo, verde o amarillo (para las carreteras nacionales, comarcales y locales, respectivamente), con los números indicativos del punto kilométrico en color negro y los caracteres identificativos de la carretera en color blanco sobre un fondo rectangular (cajetín) rojo, verde o amarillo según la categoría de la misma, tal y como acabo de describir. Son los hitos diseñados como resultado de la Instrucción de Carreteras del Plan Peña de 1939 ordenada por el gobierno español recién finalizada la Guerra Civil.

Con anterioridad al «Plan Peña» existieron variedad de hitos kilométricos históricos, leguarios, miliarios, etc., a lo largo y ancho de las carreteras españolas, muchos de los cuales aún se conservan, pero no fue hasta la creación del Patronato del Circuito Nacional de Firmes Especiales (CNFE) en los primeros años treinta del pasado siglo cuando se intentó algún tipo de normativa reglamentada de estos hitos, que habría de resultar en todo caso discontinua y fragmentada en el tiempo y en la geografía. Se conservan, no obstante, numerosos ejemplares de los hitos del CNFE, tanto kilométricos como miriamétricos, y sería sin duda interesante tratar de reproducirlos también a escala, pero es un propósito que de momento escapa a mis intenciones a medio plazo.



La Instrucción de Carreteras del «Plan Peña», por el contrario, sí que consiguió establecer y desarrollar una normativa precisa y meticulosa para todos los elementos de las carreteras del territorio nacional, y los hitos kilométricos fueron uno de ellos. Sobreviven aún centenares o miles de ejemplares, generalmente en un estado de conservación muy deficiente, puesto que perdieron su función indicativa hace ya bastantes años, sustituidos en todas las carreteras españolas por las placas metálicas, mucho más modernas y funcionales, que conocemos en la actualidad. No obstante, en los últimos tiempos parecen haber suscitado la atención y el interés relativo de algunas administraciones locales, que los están preservando y restaurando en ciertos casos, bien para darles una nueva función ornamental, bien para ser repintados y reutilizados con los colores y la denominación contemporánea de determinadas carreteras. Esto sucede en algunas regiones de España, mientras que en otras son retirados y destruidos sin mayores consideraciones. En mi blog EN LA CARRETERA Classic nos ocupamos periódicamente de recopilar y clasificar todos los hitos del «Plan Peña» supervivientes, y es posible consultar todos ellos en la siguiente página, actualizada periódicamente:


Hasta abril de 2012, cuando modelé mi primer hito a escala, nunca se me había ocurrido preguntarme acerca de la antigüedad de estos hitos kilométricos, es decir, cuándo fueron implantados en las carreteras españolas, quizá porque mi curiosidad e interés en estos elementos viarios no era tan grande como para investigar sobre ellos hasta ese punto. Ahora, sin embargo, los voy buscando deliberadamente cada vez que salgo a la carretera, y en la medida de lo posible trato de fotografiar todos los que me encuentro. Creo que el tiempo ha terminado por convertirlos en verdaderos iconos nacionales históricos a la altura del toro de Osborne, los postes de madera del tendido eléctrico, telefónico o telegráfico paralelos a las carreteras o los anuncios dispuestos en azulejos de colores sobre las fachadas de las casas (como por ejemplo el del famosísimo Nitrato de Chile). En diciembre de 2012, cuando ya llevaba 25 hitos a escala modelados, incluso les dediqué un detallado video que puede verse en Youtube:


Pero además de constituir auténticos iconos nacionales históricos, o precisamente por ello, forman también parte del imaginario colectivo de muchos españoles. Todos los españoles de cierta edad, como decía antes, tenemos una estrecha vinculación biográfica concreta con alguno o algunos de los antiguos hitos kilométricos del «Plan Peña» y con alguna o algunas —y a menudo varias— de las carreteras españolas a las que hacen referencia. Los que han nacido y viven o han vivido en un pueblo, porque una carretera llega hasta él o lo atraviesa, y más cerca que lejos ha existido en el pasado reciente un mojón kilométrico característico, como seña de identidad ineludible del lugar. Los que hemos nacido en grandes ciudades y vivimos o hemos vivido en ellas, porque también en las grandes ciudades españolas se conservan aún muy escasos ejemplares de estos hitos de piedra. En Madrid, por ejemplo, yo tengo noticias de la existencia de varios ejemplares supervivientes, uno perteneciente a la antigua N-II, ubicado en la calle de Alcalá, y otro perteneciente a la antigua N-III, en la avenida de la Albufera, frente al campo del Rayo Vallecano, el correspondiente al kilómetro 5 de dicha carretera, sólo por citar dos de ellos.



Pero independientemente del lugar de origen o de residencia, lo cierto es que todos o casi todos tenemos una o varias carreteras que han sido o siguen siendo referentes de nuestras vidas por muy diversos motivos, en unos casos asociados al ocio y en otros al trabajo, y en esas carreteras también había mojones kilométricos que probablemente todavía recordamos. Esto le otorga un valor simbólico sentimental y personal a cada réplica a escala de uno de estos mojones, más allá de sus meras cualidades ornamentales o artísticas. Y este es un aspecto muy interesante a la hora de dotar a los hitos artesanales de una razón de ser y de una filosofía propia que los convierte en objetos muy diferentes a la mayoría de cuantos pueden ser creados por la mano del hombre con materias tan ancestrales y perdurables como el barro.